Este, como casi todo mi blog en realidad, es un ejercicio de futilidad.
Después de ver tantas veces y por tanto tiempo que los presidentes chilenos parecen sucumbir a un supuesto mal que aqueja a quien llega a ese puesto, que es ser extremadamente correcto con todos los integrantes de la élite política (donde se aplica perfectamente el dicho "otra cosa es con guitarra", luego de la guerra de promesas entre los candidatos, que tanto mal nos hace), decidí redactar un discurso que recomendaría seriamente para ser utilizado por un nuevo Presidente. Creo que el país debería replantearse seriamente muchos temas, y tomar acción al respecto. Esto puede que nos ayude a convivir mejor de cara al futuro. Aunque sé que la cosa puede dar para mucho más, y hay temas que podrían discutirse más o mejor, aquí va mi humilde intento.
Queridos ciudadanos y compatriotas:
La alegría que me embarga es inconmensurable, este es un día donde una vez más ha ganado la democracia y el sentir de la población chilena. Les hablo desde mi corazón cuando les digo que haré todo lo que está a mi alcance (y luego un poco más) para hacer de esta nación un país más justo, más igualitario y uno mirado como referencia a nivel internacional en diversos ámbitos positivos.
Vamos por parte. Presidentes anteriores tenían en mente un desarrollo económico sin mayores reparos y casi por el afán de lograrlo, para estar posicionados con países de realidades que ni siquiera se comparan con la nuestra, y por una miope creencia que el desarrollo económico es el único factor de aumento en la calidad de vida de los ciudadanos de un país. Es por esto que quisiera dedicar mi tiempo en La Moneda para legitimar otra forma de desarrollo, uno que va de la mano con otra forma de vivir, y que se centra principalmente en los ciudadanos. Un desarrollo que cumpla con todos los alcances de la palabra, pero cuyo enfoque está en cada uno de nosotros, en nuestro trabajo, en una recompensa adecuada por el mismo, y por los frutos que todos cosecharemos en el futuro.
Quiero que esto quede muy claro: no se trata de ideología. Quien les habla no se siente para nada socialista, ni menos comunista. Lo mismo para el otro lado del espectro político. Se trata de alguien que ha observado distintos tipos de realidades de mucha gente en distintos lugares del mundo, y cree que ha llegado a una visión sincera y honesta de cómo deberían ser las cosas, y siente que ha llegado el momento de aplicarlo en este hermoso país, donde tuve la fortuna de nacer, y que hoy tengo la fortuna de gobernar junto a mi equipo. No se trata de ejes anacrónicos, si no de personas que quieren lo mejor para otras personas, asumiendo que cualquiera podría estar en el lugar del otro.
Sé que tendré que enfrentarme a un Congreso que tiene su propia visión de las cosas, pero ese poder del Estado, aunque muchos puedan creerlo así (y de forma equivocada, a todo esto), no está ahí por nada. La idea es llegar a consensos y a leyes justas para la mayor parte de la población. El problema que se ha presentado hasta ahora es que quienes gobiernan han buscado, en su mayoría, vivir de la política y no vivir para ella. Parte de esto es el descabellado sistema que tenemos para vivir y trabajar, que nos impide a todos desarrollarnos como podríamos.
Este país tiene lo que pocos tienen: una diversidad climática y recursos naturales que pueden brindarnos bienestar. Sin embargo, no hemos sabido aprovechar bien lo que nos ha tocado, y permitimos que influencias externas dicten nuestra forma de relacionarnos con todo lo que puede ayudarnos a mejorar considerablemente nuestra calidad de vida. Así hemos permitido que se nos obligue a trabajar hasta matarnos, y no vivir hasta que, a veces, es demasiado tarde.
Si bien esta no es una invitación al aislacionismo - debido a que necesitamos a los países de la región, con quienes formamos una singular unidad llena de gente maravillosa y cuna del nuevo mundo - es el momento que Chile se tome un tiempo para pensar en su población y en qué quiere ser dentro de las próximas décadas. Ya hubo gobiernos que trabajaron incansablemente en otros temas, pero llegó la hora de utilizar los recursos disponibles para trabajar en nosotros mismos.
Esto lo vamos a lograr como país. Esto no se trata de una persona, o una élite política tomando las decisiones por los demás, sino que es un plan de gobierno, más allá de los colores políticos, de la ideología, y absolutamente en contra de la idea del cortoplacismo para la acción. Si bien es esto último lo que sirve de combustible para la pelea chica y la promesa fácil, sólo los candidatos mediocres y los electores miopes pueden caer en un juego así por tanto tiempo. Nosotros somos mejores que eso. Ha llegado la hora de cambiar la política y la sociedad chilena, desde dentro.
Chile es un país muy rico, y con una capacidad de serlo aun más. Si recolectamos mayor cantidad de royalty por todo lo que explotamos de nuestros ricos suelos, si llevamos cuentas claras sobre los impuestos a las empresas y somos inteligentes con la situación del litio, por ejemplo, sumando todo esto a la excelente capacidad actual de recolección impositiva del país, podemos disponer de arcas muy grandes. También tenemos que considerar mejorar impuestos como el IVA o al libro. Pero, tal como la idea del mercantilismo se puso en duda en siglos anteriores, tener riquezas para guardarlas es contraproducente.
En mi cabeza no cabe la idea de que, por ejemplo, una ciudad como Calama no tenga lo último en tecnología, un hospital de calidad nacional, amplias redes de transporte, colegios de gran calidad y un capital humano competitivo en diversas áreas, siendo que aporta la primera fuente de riqueza del país, en el cobre extraído de minas como Chuquicamata. En el sur de nuestro país, la Patagonia podría estar tanto mejor. Quizá otro país sabría aprovecharla mejor, y eso es imperdonable. La regionalización es una deuda muy grande y algo que ha estado pendiente desde siempre. Esta agenda presidencial tendrá la descentralización como tema prioritario, y no permitiremos que se posponga aun más.
Otro tema se relaciona con la desigualdad. Que un 1% de la población esté en posesión de más del 40% de los recursos del país es simplemente inaceptable. Que el pan y los libros tengan un impuesto tan injusto, aplicado por igual desde el chileno más pobre hasta el chileno más rico, es inaceptable. Que un kiosco pague más dinero en permisos que una cadena de supermercados es inaceptable. Que exista colusión en muchos ámbitos del mercado es inaceptable. Y ojo, también es inaceptable que dos coaliciones concentren todo el poder político, cuando apenas la mitad de la población se identifica con ellos.
Quisiera que en nuestro país nos replanteáramos muchos temas. No sólo la educación como estructura rígida, sino que por parte: ¿está bien como educamos a nuestros niños? ¿no deberían tener más horas de ocio? ¿no necesitan cultivar sus mentes de otras maneras que hoy no tienen cabida? No sólo el trabajo como estructura rígida, sino que de manera desagregada: ¿no trabajamos mucho? ¿logramos lo que queremos con lo que hacemos? ¿tenemos una buena vida fuera del trabajo? ¿qué tal si trabajamos por resultados más que por horario? ¿hemos pensado en jornadas diferenciadas?
La labor de los medios de comunicación también es algo que debemos replantearnos. Aparte del hecho, de nuestra vergonzosa gran singularidad, de que los medios están concentrados por un puñado de grupos de poder, y no todas las visiones son escuchadas (otro lugar donde existe un oligopolio, para gran sorpresa), aparte de esto, ¿no les parece que deberían ser una estructura con amplia capacidad de rendición de cuentas? Si todos tenemos que rendir cuentas en nuestros trabajos, y los políticos debemos ser capaces de aceptar la responsabilidad cuando se hace algo mal, ¿por qué los medios pueden decir lo que se les dé la gana, sin tener verdaderos mecanismos de retribución?
El denominado "cuarto poder" tiene el deber de ser imparcial, pero su sentido de la "información" siempre parece estar supeditado a la publicidad y a quienes pagan por sus avisos. Hasta la televisión pública ha caído en el juego, y se ha nivelado hacia abajo en cuanto a contenidos. El deber moral de educar se ha olvidado, y se ha dado paso a una lucha sin control por la cantidad más que la calidad. Esto es culpa de todos: de los legisladores por permitir que los negocios se tomen todos los aspectos de nuestras vidas; de los consumidores que no parecen tener gusto y empeñan la moral por un rato de diversión; y de los dueños de los distintos medios, quienes se aprovechan de los vacíos. Esto debe cambiar.
La forma de hacer las cosas en este nuevo tiempo no es una que haya que inventar o descubrir. El actual sistema, tal como está, ya ha probado ser insuficiente, y ahora hay que sumarle otra problemática: no es sostenible al largo plazo. No es ni siquiera sostenible al mediano plazo, por lo que sería bueno comenzar a actuar.
Este plan de gobierno contempla una vuelta hacia nosotros mismos, evaluando qué necesitamos de manera más urgente, y qué podemos cubrir con los amplios recursos de los que, afortunadamente, disponemos. La educación y la salud son nuestra primerísima prioridad. Más vale gastar un peso en salud temprana que uno en remedios que, más encima, tienen en su mayoría efectos secundarios. Más vale gastar un peso en infraestructura educacional que uno en planes anti-drogadicción para jóvenes que no supieron valorar sus propias capacidades, por no contar con las herramientas intangibles que otorga la educación.
El acceso a la vivienda, al trabajo y a un transporte público óptimo son los problemas que siguen en la agenda. Es importante brindar viviendas de calidad, salarios justos y conectividad para todas las regiones del país. Siguiendo con esto último, es imperativo aprobar legislación en pro de la regionalización y del acceso a subsidios y dineros para estimular el desarrollo de las regiones. La descentralización está en el siguiente nivel de la agenda de gobierno, y constituye un tópico de especial relevancia, tanto por los crecientes problemas que presenta Santiago como receptora de nuevos migrantes, así como también con la injusticia hacia otras regiones, que no son recompensadas por todo lo que entregan a la riqueza general del país.
Esta administración también hará un esfuerzo consciente de evidenciar el discurso oculto bajo el cual se vive en las sociedades occidentales, y si bien, no se muestra como un ferviente contrario al mismo, sí es un incansable crítico, y espera que un reconocimiento de sus virtudes y sus defectos pueda ayudar a construir una nueva forma de vida, adaptable a este maravilloso país. Al mismo tiempo, una limpieza de la imagen de la política es menester en una democracia que no quiere cometer errores ya cometidos. No hay que ir muy lejos (ni geográficamente, ni en el tiempo) para darse cuenta de lo que podemos llegar a ser si somos ciegos a lo que ocurre cuando damos la espalda a los valores democráticos y republicanos. La crisis de representatividad actual debe acabarse, antes que ésta acabe con nuestra democracia.
Sin más, espero que todos podamos trabajar en esta gran tarea que requiere un pensamiento al mediano y largo plazo, sin caer en la fácil tentación de la promesa inmediata y del retorno sin sacrificios. Para esta tarea necesitamos gente dispuesta en creer en el bien común, y en que el trabajo para un país mejor requiere de sus integrantes poniendo su grano de arena. Espero poder ser el líder de este nuevo Chile, uno con ganas de salir adelante, que destaque por la calidad y calidez de su gente, y porque las cosas se hacen tan bien como podrían hacerse.
Muchas gracias.
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